Aquí a cada cuatro pasos te encuentras con un puesto de comida ambulante. Se compone de un gran fogón, ingredientes, una caja con dinero y, normalmente, una pequeña mujer morenita detrás con un delantal sucio y "cara de pobreza". Las caras de pobreza están tostadas por el sol, se caracterizan por una expresión de "Mi destino no está en mis manos" y, especialmente por la noche cuando hace frío, me provocan una horrible sensación de culpabilidad. Y diréis, ¿y qué culpa tienes tú? Bueno, puede que yo no sea la causante directa de esta situación, pero hace que se me remueva la conciencia acerca de lo injusto que es el mundo y por qué yo puedo elegir qué hacer con mi vida y ella no, simplemente por haber nacido en países distintos. En por qué ella tiene que estar a la intemperie pasando frío, aguantando a las multitudes y quemándose las manos con aceite, y yo estoy aquí paseando con mi abrigo, con la posibilidad permanente de volver a mi habitación calentita cuando me apetezca.
Quizás lo peor no sea el frío que pasan y sí la humillación a la que las somete la sociedad. No solo a ellas, también a todos los campesinos (nongren) de la zona. Muchos también venden fruta o frutos secos en la calle o, con suerte, en pequeñas tiendas. Los miran por encima del hombro como si estuviesen estorbando solo por llevar ropa vieja y sucia y por tener la piel especialmente morena (pues denota que se han pasado horas y horas en el campo). Aquí, sin embargo, la mayoría de la gente es muy morena, así que no se nota tanto la diferencia.
A partir de entonces, comencé a fijarme en la gente que viene del campo a trabajar y en las mujeres que cocinan en la calle, con la cara triste y la cabeza gacha. Quizás lo que más me sorprende es que cuando les sonríes, ni siquiera te devuelven la sonrisa, como hace el resto del mundo en esta ciudad, porque están ausentes y cansadas, están hartas. Quizás piensan en que algún día su suerte cambiará o quizás simplemente en llegar a casa, estar con los suyos y dormir. Dormir hasta el día siguiente o el anterior, qué más da, si todos son iguales.
Magnífica reflexión
ResponderEliminar